Los Primeros Pobladores
Los vestigios más antiguos de evidencia humana en la Sierra Tarahumara datan de la cultura paleo indígena, más exactamente Clovis que puede remontarse a unos 15 000 años atrás. En la parte norte de la sierra, en particular dentro del actual municipio de Madera, se desarrolló la cultura Paquimé, cuyo centro más importante fue la antigua ciudad de Casas Grandes. La Cultura Paquimé habitó la sierra hacia finales del primer milenio de nuestra era. Originalmente los miembros de esta cultura eran cazadores-recolectores que se desplazaban desde el norte, en las sierra ocupaban las cuevas y abrigos rocosas y llegaron a dominar la agricultura. Esta cultura tuvo su máximo desarrollo hacia el siglo XIII d.C; y desapareció antes de la llegada de los españoles.
Al arribo de éstos, habitaban la sierra numerosos grupos indígenas, entre ellos témoris, guazapares, chínipas, Raramuris, tepehuanes, pimas, varohíos, jovas, conchos y Batopilas, quienes vivían de la agricultura y la caza. En la actualidad solo sobreviven Raramuris tepehuanes, pimas y varohíos.
Colonización Española
Entre 1601 y 1767 los misioneros jesuitas penetraron la Sierra Tarahumara evangelizando a la mayor parte de los grupos indígenas. Probablemente los primeros europeos que llegaron a lo que hoy se conoce como Barrancas del Cobre fueron los integrantes de la expedición de Francisco de Ibarra en 1565 quienes alcanzaron Paquimé por Sonora y a su regreso cruzaron por la región de Madera hasta salir a Sinaloa. Sin embargo, la entrada española más antigua de la que se tiene testimonio escrito es la de Gaspar Osorio en 1589, quien entró a la barranca de Chínipas desde Sinaloa, buscando minerales.
Los Contactos mas tempranos de los misioneros con los Raramuris estuvieron a cargo del padre jesuita Pedro Méndez, quien en 1601 acompañaba al capitán Diego Martínez de Urdaide en su entrada a Chínipas. El catalán Joan de Font, misionero jesuita de los tepehuanes, fue el primero en entrar a la Tarahumara por su vertiente oriental, estableciendo contacto con los Raramuris desde 1604 al ingresar al valle de San Pablo donde actualmente esta la comunidad de Belleza. Por la parte occidental, el avance de los misioneros fue lento, pero finalmente se estableció en 1626 la misión de San Inés de Chínipas, la cual fue destruida en 1632 durante un levantamiento indígena el cual le costó la vida a varios misioneros, interrumpiéndose la evangelización de la sierra.
En 1673 los misioneros José Tardá y Tomás de Guadalajara reiniciaron la evangelización, y a partir de entonces durante casi cien años se estableció la mayor parte de las misiones más importantes de la sierra. En 1676 los padres Fernando Pécoro y Nicolás Prado restablecieron la misión de Chínipas, con lo que se abrió nuevamente la región occidental.
Rebeliones Indígenas
La imposición de la Cultura occidental entre los grupos indígenas de la sierra tuvo como respuesta un movimiento de resistencia a lo largo de los siglos XVII y XVIII que abarco casi toda la sierra y que interrumpió durante grandes lapsos el avance misional. Las rebeliones más importantes sucedieron en 1616 y 1622 por parte de los tarahumaras y tepehuanes en el sur; los guazapares y varohíos en la región de Chínipas en 1632; entre 1648 y 1653 los tarahumaras; en 1689 los janos y sumas en la frontera con Sonora; en 1690 y 1691 hubo un levantamiento general de los tarahumaras que se repitió en 1696 y que se prolongo hasta 1698; en 1703 hubo un levantamiento de Batopilillas y Guazapares ; en 1723 los cocoyomes en la parte sur, y los apaches atacaron la sierra durante buena parte de la segunda mitad del siglo XVIII. Finalmente con menor intensidad se sucedieron algunas sublevaciones a lo largo del siglo XIX.
Expansión Minera
El descubrimiento de los recursos mineros serranos fue determinante para la conquista española de la Tarahumara. Al llamado de los metales preciosos acudieron colonizadores que dieron origen a muchos de los pueblos que aún existen. En 1632 fue descubierto el mineral de Batopilas; Cusihuireachi en 1688; Urique en 1689; Huaynopa en 1728; Uruachi en 1736; Maguarichi en 1748; Carichi en 1749; Dolores (Madera) en 1772; Candameña y Ocampo en 1821; Pilar de Moris en 1823; Morelos en 1825; y en 1835 Guadalupe y Calvo. Hasta la fecha la minería sigue siendo uno de los pilares de la economía del estado de Chihuahua.
Siglo XIX y La Revolución
En 1824 se formó el estado de Chihuahua, territorio que participó de los conflictos del país a lo largo del siglo XIX; en 1833 la secularización de las misiones trajo como consecuencia el despojo de las tierras comunales de los indios, y con ello el descontento. La lucha entre liberales y conservadores, que dividió a México durante muchos años, dejó su huella en la sierra al sucederse no pocos enfrentamientos, principalmente en la región de Guerrero. La guerra contra estados Unidos obligó al gobernador del estado a refugiarse en Guadalupe y Calvo. La intervención francesa también alcanzó a la región e igualmente el gobierno estatal se refugio en la sierra.
La reelección de Benito Juárez en 1871 dio paso al levantamiento armado de Porfirio Díaz quien, con apoyo de la gente de la sierra, se encamino hacia ella desde Sinaloa, en 1872 y llegó a Guadalupe y Calvo para seguir hasta Parral. En 1876 durante el levantamiento que habría de llevarlo al poder Díaz contó con la simpatía de los serranos. En 1891 ya en plena época porfirista ocurrió el levantamiento de Tomochi, Rebelión que concluyó con la aniquilación total del pueblo.
Fue durante esta época que el gobierno impulsó la entrada de capitales extranjeros. Sobre todo el de las áreas forestales y mineras, originando la concentración de la propiedad de la tierra y formando en Chihuahua enormes latifundios que se extendieron hasta la sierra. Los primeros años del siglo XX fueron testigos de la entrada del ferrocarril que llegó hasta la población de Creel y Madera. En la revolución de 1910, la Tarahumara fue escenario y participe de los hechos que habrían de transformar nuestro país. Tanto Francisco Villa como Venustiano Carranza estuvieron en la sierra en distintos momentos para asegurar movimientos estratégicos.
La explotación de los Bosques
Desde finales del siglo XIX se inició la explotación de los maravillosos bosques de la Sierra Tarahumara, actividad que impulsó a la economía local. A principio del siglo XX llegó el ferrocarril a la sierra estableciéndose comunidades como Creel, San Juanito, Madera y otras que centraron su actividad comercial en la explotación de los bosques, lo cual trajo como consecuencia la deforestación de los mismos. En los últimos años la actividad del turismo ha generado una fuente alterna de economía sustentable, actividad económica que a su vez, propicia la protección de la naturaleza.
Los Descendientes
En la actualidad viven el la sierra cuatro grupos indígenas que suman un total de alrededor de 100 000 personas; 5 000 tepehuanes en la parte sur, 3 000 varohíos en la zona oeste y unos 2 000 pimas en la parte noroeste, y el resto, unos 90 000, son de la etnia raramuri que habitan principalmente en la zona centro, sur y este de las Barrancas del Cobre.
Los Raramuris
Los rarámuris están considerados como la etnia más pura y más conservada de todo el continente americano. Los rarámuris conservan su cultura como la herencia más importante de sus antepasados y sus valores espirituales son la esencia de su existencia y la bases fundamentales en la interaccione humana así como también su conexión con la naturaleza.
El sincretismo religioso – cultural es producto de una relación de 150 años con los misioneros jesuitas, quienes dejaron como legado su indeleble marca en las celebraciones religiosas y su estructura social.
A la expulsión de los jesuitas a mediados del siglo XVIII los rarámuris reinterpretaron el cristianismo vaciando símbolos y ritos en sus propios moldes, dejando lo que nada les decía y conservando y adaptando a su expresión cultural simbólica el resto.
Entre sus costumbres más arraigadas se encuentra la de vivir en comunidades dispersas y la de hacer siembra temporal, particularmente maíz y frijol. Las comunidades rarámuris son autónomas, y la máxima autoridad en cada una de ellas es el siríame o gobernador quien reúne a la comunidad cada domingo en el atrio de la iglesia para tratar los asuntos de todos, así como darles un nawésari o sermón.
Sus fiestas son muy singulares, especialmente la de la Semana Santa (marzo – abril) que es la más importante para ellos y la consideran el centro o eje de la vida de toda la comunidad. También son hermosas las fiestas de la Virgen de Guadalupe (diciembre) y las patronales de cada comunidad. La Semana Santa entre los indígenas del norte de México es de llamar la atención, en particular la de los indígenas rarámuris en las Barrancas del Cobre. Vale mencionar que la de las comunidades más remotas como Munerachi y Potrero en el municipio de Batopilas son particularmente interesantes por sus características tradicionalmente autóctonas. Otras como la de la comunidad de Norogachi son también de excepcional atractivo.
Los rarámuris producen una increíble variedad artesanal de uso practico y decorativo y tienen fama también de buenos corredores siendo la carrera de bola o rarajípari su principal deporte y entre las mujeres la del aro o rowema. Estas carreras se juegan por equipo y cubren distancias de hasta 100 kilómetros. La carrera más larga que se tenga noticia fue de 750 kilómetros. Quizá la más larga de todos los tiempos.
De acuerdo con su cosmovisión se saben parte esencial de la tierra que habitan e intrínsecamente el sostén vital del universo. Sus valores se fincan en el respeto a la naturaleza y más aun hacia los seres humanos. Compartir es la base de la sociabilidad de manera que muchos de sus trabajos los hacen en forma comunitaria, siendo el tesguino, la bebida hecha de maíz fermentado, el vínculo de la unidad y cohesión social.
En su concepción filosófica Dios es Onorúame padre y madre al mismo tiempo. Los guías espirituales y doctores son los owirúames con gran autoridad e influencia. Para los rarámuris la danza es oración y con ella su conexión con la divinidad
Los rarámuris son la esencia cultural de las Barrancas Cobre, la raíz y la conciencia de la serranía, son, la representación misma de la libertad y de la independencia de una raza indómita, que se niega a desaparecer.